Hacia el desorden amoroso

El comportamiento sexual del hombre y de la mujer (delicada cortesía sugerida por los movimientos feministas; hasta hace bien poco tiempo se habría dicho el comportamiento sexual del hombre, equiparando a la mitad de los habitantes del planeta con la otra mitad) se ha convertido en uno de los temas preferidos de la cultura occidental; una suerte de misterio a descifrar, un texto con múltiples lecturas y mensajes; sospechamos que nuestro sexo sabe más de nosotros mismos que nuestra conciencia, como diría Foucault, y por lo tanto, él posee el secreto, es a él a quien le preguntamos cosas, él quien nos desconcierta. Con el sexo se puede hacer de todo: hasta revistas. Tiene sus héroes y sus sacerdotes, sus establecimientos de compra-venta, sus mercados, su cotización, sus artistas y sus poetas. Entre sus popes, Freud y Reich han pasado al consumo, gracias a algunas incursiones en los mass media, que como siempre, al difundirlos, los deformaron. Entre revistas pornográficas, pinturas de Utamaro y muñecas inflables, el destino de la reflexión acerca del sexo parece abarcar cualquier vertiente. Sólo algunas veces, sin embargo, ese discurso se convierte en un análisis totalizador, en una incitación a explorar libremente sus posibilidades. Fuerza devastadora y por eso temida, normativizada, codificada, la libido ha sufrido en casi todas las sociedades la opresión del poder, que ha intentado reglamentarla y permitirla sólo en sus formas productivas, esto es, socialmente rentables. Entre esos estudios hay uno relativamente reciente que ha conquistado a Europa, seducido a los movimientos más liberales y provocado la polémica —a veces violenta— en los medios psicoanalistas, y es, sin duda, uno de los libros más apasionantes que pueden leerse hoy día. Acaba de ser editado en España, por anagrama, bajo el título de El nuevo desorden amoroso. Léelo. Es saludable y devastador; como los discursos más revulsivos, está lleno de ironía y de humor; por encima de todo, posee esa especie de oportuna distancia entre la cosa observada y la reflexión acerca de ella que puede convertirnos en sujetos de laboratorio.

HACIA EL DESORDEN AMOROSO 

CRISTINA PERI ROSSI

“La estupidez consiste en querer terminar” (Flaubert).

La cita de Flaubert, separada de su contexto, puede ser traicionera y al mismo tiempo enormemente reveladora; para el caso, hubiera servido también Ovidio, con su “después del orgasmo viene la melancolía”. Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, los filósofos de El nuevo desorden amoroso, la eligieron deliberadamente como acápite porque sintetiza uno de los postulados esenciales de este discurso sobre el sexo: la esclavitud del hombre al orgasmo —esclavitud fisiológica, psicológica, pero también social, estatal—, y la nueva esclavitud de la mujer, no ya excluida del orgasmo por la falocracia, sino sometida a él por una concepción pragmática y productiva del placer (placer = orgasmo = energía conducida). O sea, bajo el rótulo de “revolución sexual”, asistimos sólo a un desplazamiento de la esclavitud; si la mujer ha estado históricamente privada de placer por el poder absoluto del hombre, que la ha castrado con la “revolución sexual”, que intenta equiparar en cuanto al goce a ambos sexos, en realidad, se somete a uno al modelo de placer del otro (el modelo genital del orgasmo). Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut analizan con extraordinaria agudeza en qué consiste ese modelo falocrático del goce, enuncian la sospecha de que la fisiología masculina, con sus enormes limitaciones, instaura una dominación sobre la mujer no tanto para gozar libremente como para sofocar en ella una voluptuosidad que presiente tan fuerte y violenta que relativiza la suya, y lanzan sus dardos contra W. Reich, padre de la concepción racionalizada e industrializada del orgasmo. “En el contrato sexual, el semen juega como medio de cambio, moneda erótica; él y sólo él confiere sentido a la relación y de él depende más o menos también la permanencia o la brevedad del mercado sexual; mientras la esperma no ha sido emitida el acoplamiento está por hacer.”

La sexualidad genital: una inversión

“El orgasmo juega un papel económico de primer orden: enjuga los excedentes, absorbe la plusvalía de excitación, garantiza la circulación, el rendimiento voluptuoso. Al mismo tiempo, es un principio de no-ocio: conjura el peligro del desperdicio del tiempo el nomadismo erótico, falta moral respecto a la tarea a realizar. (…) Existe en la copulación universalmente divulgada actualmente por la sexología una tendencia a la baja de la tasa de innovación, de sorpresa, de invención.”

Nada resulta más cierto: a pesar de la aparente “liberación sexual” (que tiene mucho más que ver con una liberación del lenguaje acerca del sexo —el oral, el escrito, el visual—, que con una liberación de nuestra capacidad de gozar) hombres y mujeres continúan sin desarrollar su posibilidad sensual, limitada, cuando mucho, a una competencia —patética— acerca del número de orgasmos. La responsabilidad de esa escasa imaginación y realización sexuales se encuentra, según nuestros autores, en el modelo de relación genital, típicamente falocrática, en el orgasmo masculino, aburrido, previsible (“en los primeros momentos están inscritos los últimos”) y en el sentimiento de envidia, extrañeza y temor que la sexualidad femenina (no sometida a la eyaculación) provoca en el hombre. De este modo, Bruckner y Finkielkraut subvierten la teoría freudiana, y de la envidia del pene pasamos a la envidia del panerotismo femenino.

El mito de la pasividad femenina

El desorden amoroso es uno de los primeros libros que trata —no de una manera exclusiva— la sexualidad femenina sin remitirla a modelos masculinos, como suelen hacer los sexólogos, sino como la otredad, la alteridad desconocida, y por eso mismo inquietante, perturbadora. “La mujer hace el amor para despertar su deseo y no para matarlo y expulsarlo de ella, como el hombre”. Por eso mismo, prescinde de estadísticas, de cifras reveladoras (“nada se descarga en la mujer que no se reconstituya o recupere, emoción absolutamente intransitiva, ajena a cualquier finalidad médica, higiénica, humoral, amorosa”): la sexualidad femenina, y específicamente, su sensualidad, no son cuantificables, no pueden encerrarse ni clasificarse, no son pasibles de estandarización, es voluptuosidad ilimitada. Es aquí donde el término 'desorden' alcanza su más espléndido significado: en la descodificación, en el goce que no reconoce o privilegia a unas partes sobre otras, que reclama para su deleite el cuerpo completo, todos los órganos. El surgimiento de lo femenino es un intento de no privatizar las zonas erógenas; en todo caso, de considerar que todas lo son. De ahí que el “desorden amoroso” sea una descodificación del orgasmo genital y un reconocimiento de la sexualidad femenina como diferente a la masculina: “Amamos a las mujeres como a unos nuevos invasores que no legislan nuestro deseo, sino que lo liberan.”

En aproximadamente 350 páginas, los autores revisan, con profundidad e ironía, el bagaje de la ortodoxia sexual (la médico-sanitaria, la psicoanálitica, la reichiana) y también las falsas revoluciones sexuales, que luchan contra una norma para instaurar otra. No se trata de sustituir un orden caduco o unos principios agotados, sino de proponer algo que muy oportunamente los autores denominan “desorden amoroso”: la coexistencia de todas las sexualidades, sin jerarquías: lo cual quiere decir el panerotismo, la polimorfía, o la maleabilidad amorosa. Se trata, también, de superar las mediocres emociones codificadas y de reconocer que no existe una innata programación erótica para todos. Dichosamente, nos están hablando de libertad. 


Cristina Peri Rossi, “Hacia el desorden amoroso”, Triunfo 857, 30 de junio de 1979, pp. 42-43.
Fuente: http://www.triunfodigital.com



El libro reseñado es:

Bruckner, Pascal & Finkielkraut, Alain (1979) El Nuevo Desorden Amoroso, Barcelona: Anagrama. Traducción de Joaquín Jordá.

Bruckner, Pascal & Finkielkraut, Alain (1977) Le nouveau désordre amoureux, Paris, Editions du Seuil.

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